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  • Sacar las carracas para pijadinas, no
    Menudo disgusto que tenemos en la ruralidad, con lo en serio que tomábamos nosotros la Semana Santa, con una pena tan grande, como si no supiéramos que el domingo resucita. Que te dan ganas de pensar, lo que sufrimos para nada, que atronamos las noches con las carracas que nadie se atreve ni a mirar por la ventana, que mismamente se rasga el velo del templo y parece que se va a acabar el mundo. La prosapia con la que tapamos los santos con telas moradas, que no se muy bien para qué pero entrabas y aquello te encoge el corazón. Y las confesiones, que se nota a la gente que anda por la calle como flotando, liberada del peso que supone tener pecados y saltando felices en gracia de dios, que decía don Clemente al darte la absolución. Y el Vía Crucis, el rosario de la buena muerte, las tinieblas –que eso acojona a cualquiera, con perdón–, y la lectura dramatizada de la Pasión que veías el Huerto de los Olivos con los serbales de los cazadores en flor mientras Nuestro Señor caía una y otra vez hasta san
  • Espinas de acero
    Ya conté hace tiempo que la Semana Santa de mi infancia transcurría entre catorce cruces colgadas en las paredes de una pequeña iglesia, representando cada una de ellas las paradas del Viacrucis que Jesús hizo, con una corona de espinas y una Cruz al hombro, avanzando desde el Pretorio de Pilatos hasta el Gólgota. El encargado de hacer el Viacrucis leía la oración de cada etapa, parando ante la estación correspondiente, mientras escasos parroquianos, mayormente mujeres cubiertas con velo negro y devotamente arrodilladas, bisbiseaban una retahíla de rezos. Por aquel entonces, cuando el catecismo era nuestro libro de cabecera, estábamos familiarizados con los nombres bíblicos y poníamos cara a los personajes, que avanzaban por las grietas que componían el mapa del Calvario en las viejas paredes y conducían hasta el huerto de Getsemaní, donde acudían a rezar Jesús y los discípulos, casi debajo del coro. O se paraban ante la humedad de la esquina en la que veíamos perfectamente las sombras de los o
  • RR. SS. enmascaradas
    Entre el crítico y el criticón la diferencia es notable. Y llegada la Semana Santa –que hoy baja el telón de manera oficial, que no oficiosa por aquello de los 'metomentodo'– aparecen los criticones de diverso pelaje y dudosa condición, cual setas (venenosas) después de la lluvia. Y viene siendo cíclico este movimiento pardo de entrometidos tóxicos, quienes, al albur de lo primero que se les vine a la cabeza, relajan sus neuronas sobre la base del anonimato, que es su pólvora abyecta y su arma de destrucción. O, mejor dicho, la de aquellos clandestinos, que cuelgan del tendal público su menesterosidad voceada. Desde que apareció por el mundo andante eso de las redes sociales la Semana Santa de la ciudad, en particular, se ha convertido, de puertas afuera, en un nido de francotiradores y dinamiteros. En un rebaño de encogidos, dispuestos a injuriar a todo aquel que se les ponga por delante. Y en ciertos supuestos, ni siquiera necesitan eso. Basta con que se los encuentren al lado para accionar el p
  • Portazgos, fielatos y aranceles
    El portazgo o peaje es un antiguo pago de principios del siglo VIII introducido en España por los árabes para gravar los derechos de tránsito de mercancías que debían satisfacer los que iban de camino pisando terreno particular o entraban en la ciudad. En la actualidad el peaje de algunas autopistas puede considerarse como heredero indirecto de los portazgos. Herederos del portazgo o peaje, a finales del siglo XVIII se crearon en España los fielatos, que era el nombre popular que recibían las casetas de cobro de los arbitrios, tasas municipales o aranceles sobre algunos artículos de consumo, situadas a la entrada de los grandes núcleos de población. El término procede de «fiel» o «balanza» que se usaba para pesar los productos y así aplicar la tasa correspondiente. Constituía una actividad de suma importancia para los ayuntamientos, pues dependiendo de la localidad podía llegar a suponer entre un 50 y 70 % del total de los ingresos municipales. En el artículo 'Las lecheras y el fielato', public
  • Las nuevas primas
    ¿Hay alguna relación más divertida, festiva y entrañable que la que hay entre primos? No lo creo, y tanto es así que se la deseo a todo ser humano al que quiero bien y (para ser un poco más explícito) deseo con todas mis fuerzas que carezca de ella todo aquel al que detesto. Los hermanos son una cosa bíblica y los amigos una bendición, pero ambos vínculos generan ciertos peajes que entre los primos no suelen tenerse. Por eso hay mucho hito vital que se inicia acompañado de primos y también mucho nuevo paso que se da gracias a que los primos le descubren el mundo a uno como nadie. Lugares, sabores, sonidos, imágenes. Estas relaciones imprescindibles podrían considerarse en riesgo de supervivencia por la muy habitual situación familiar contemporánea de tantos adultos hijos únicos o con hermanos sin descendencia, la cual frustra la existencia de nuevos primos (hermanos/carnales) en muchas familias. Pero que no salten las alarmas, que ya están ahí los primos antiguos para solucionar la papeleta y p