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04/02/2021



Noticias
  • «Avisa al llegar»
    Cinco de la mañana. Ha cerrado el bar de turno y toca irse en dirección a una casa que parece repentinamente lejana. Cinco de la mañana y la lobreguez de la noche te mece por entre las calles, siempre con los ojos bien abiertos. Tu amiga tiene una estrategia contra el terror incipiente: finge hablar a través de su móvil con alguna persona que suena fuerte, robusta, implacable desde sus simples palabras. Te lo cuenta y te ríes. La risa se extiende en tu trayecto hacia delante, destino fijo. La carcajada se interrumpe precipitadamente cuando llega el instante de separarse. Cada una marcha airosa por su lado y aparece un clásico. Te das la vuelta, tu amiga también. «Avisa al llegar», demandáis al unísono. Es un acto del todo reflejo. La orden sale catapultada de una boca sin frenos. Supera al consciente y, sin olvidar la profunda conciencia, hace del subconsciente su habitación. Se queda ahí residiendo. No se olvida nunca. Es una suerte de «mala suerte»; un síntoma del mundo enfermo por el que pasea
  • Puro caos
    Vivimos días convulsos. Rusia amenaza con iniciar la Tercera Guerra Mundial y muchos gobiernos europeos emiten manuales de resistencia. Los españoles somo expertos en resiliencia. Poco más pueden llegar a hacer mal nuestros políticos y ahí seguimos trabajando, pagando impuestos, contribuyendo a ese buen vivir de diputados y consejeros. Un mes se cumple desde que Valencia fuera arrasada por la riada y aunque las calles se van despejando, aún hay cementerios de coches que marcan el perímetro de la tragedia, garajes anegados, familias sin luz, vidas rotas, colas del hambre. Hablamos de riada. Y digo «riada» por no decir tsunami, porque escuchando testimonios de quienes sobrevivieron y viendo videos del 29 de octubre, se puede observar con meridiana claridad que el agua no fue creciendo poco a poco, sino que fue una ola gigante la que de golpe anegó pueblos enteros. Esto evidencia que la gota fría fue el detonante, pero la tragedia sobrevino al abrir las compuertas del pantano de Forata, cuestión necesari
  • La muerte anónima
    Carece de lógica pero hay personas con las que no hemos intercambiado palabra alguna o a lo más unos saludos por cortesía, pero por algún motivo sentimos cierto aprecio hacia ellas. Puede ser un cliente de un bar al que cada día le ves a la otra punta de la barra, una persona que va siempre en tu mismo vagón de metro o con la que coincides cuando vas a por tu hijo a la salida del colegio o de una actividad extraescolar. Su aspecto físico, sus gestos, su manera de relacionarse con otros o alguna conversación que has escuchado a lo lejos son los únicos elementos que nuestro cerebro tiene para que asigne a esa persona cierta estima. Nuestra vida y la suya se desarrollan en planos diferentes, sin ningún tipo de interrelación directa, pero a pesar de ello existe una conexión invisible que se resiente cuando durante varios días no le ves en ese espacio físico compartido habitualmente. Puede ser que haya cambiado de ciudad o de hábitos o, en el peor de los casos, que haya sufrido algún accidente o proble
  • 'Farsa monea'
    Como una 'primus inter pares', así se presentaba Teresa, tanto por su manera de sentar cátedra, como por sus ínfulas de emperatriz. Era una compañera de facultad con la que recorría el camino hasta el campus. Asaeteada con sus eternas crónicas empezaba la semana, sintiéndome atrapada en un callejón sin salida de subordinadas interminables, sin pausas. De verdad que su vida hubiera resultado fascinante a no ser por tanta voluptuosidad en la descripción de los hechos: tenía un novio que se llamaba Romeo con el que pasaba casi todos los fines de semana entregada a placeres sin resuello: ora paseaban en barca por el retiro, ora se iban al Thyssen a perderse en idílicos paisajes impresionistas, y hasta mojaban churros con chocolate en la San Gines de la Puerta del Sol o se iban a no sé a qué teatro a vete a saber qué nuevo montaje teatral. Confieso que a veces desconectaba, por higiene mental. Con el tiempo, descubrí que es que ella era una ratona de biblioteca. Allí encontraba la fuente de inspiració
  • Madreñas
    Resonaron las madreñas en Ordoño y vi a mi madre en el corral, llevaba cubos de leche sobre el alma de las piedras. Y de las urces un clamor, una claridad hiriente, bajando por el collado, el esquilo de las ovejas. De las madreñas de Ordoño el canto de los fresnos y de los tobillos de las chicas, de las mozas de Babia, alhajas y cenefas como los rosales de mi infancia.